miércoles, 30 de noviembre de 2011

Las Crónicas e Historias de vida como fuente de la literatura testimonial y de la comprensión de imaginarios urbanos


Las Crónicas e Historias de vida como fuente de la literatura testimonial y de la comprensión de  imaginarios urbanos

Chronicles and Stories of life as a source of testimonial literature and understanding of urban imaginaries

Fredy Antonio Gil Pavas
Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, Colombia

Resumen: Los relatos e historias de vida se han convertido recientemente  en uno de los grandes insumos en la formulación y realización de investigaciones de tipo cualitativo. El surgimiento de esta tendencia ha posibilitado el afianzamiento  epistemológico de la  psicología, la sociología, la antropología, la lingüística  y los estudios literarios, durante los últimos cuarenta años, ya que provee a las ciencias sociales y humanas de herramientas para el análisis y la comprensión de fenómenos ligados al desarrollo de las sociedades, mientras que los modelos de análisis cuantitativo arrojan respuestas en cifras y números que no satisfacen al investigador social. Los relatos e historias de vida adquieren gran validez, ya que  tienen como fin el  dar cuenta de procesos humanos, de momentos históricos, de movimientos políticos y culturales, cuya descripción está sesgada por la interpretación y por la percepción humana de aquello que denominamos realidad. Esta fuente de información que, con frecuencia, se diluye o contamina en el frágil tejido de la memoria, que no es mesurable, que no se le puede comparar ni cotejar matemáticamente, se configura, entonces, como un recurso que posibilita comprender momentos históricos y fenómenos sociales.
Palabras clave: crónica, historia de vida, investigación cualitativa, realidad. imaginario, ciudad.
Abstract: The stories and life stories have recently become one of the major inputs in the formulation and implementation of qualitative research. The emergence of this trend has enabled the epistemological consolidation of the psychology, the sociology, the anthropology, the linguistics, and the literary studies over the past forty years, since it provides the social and human sciences with tools for analyzing and understanding phenomena, while the quantitative analysis model, yield responses in figures and numbers that do not satisfy the social researcher. The stories and life stories, take on validity, which aim to account for the human processes of historical moments, political and cultural movements, whose description is biased by the interpretation and the human perception of what we call reality. This source of information often diluted or polluted in the fragile fabric of the memory, which is not measurable, which can not be compared or mathematically collated, is configured as a resource that enables understanding of historical events and social phenomena.

Key words: chronic, life history, qualitative research, reality, imaginary, city.

1.    Las crónicas e historias de vida en las ciencias sociales y humanas

“La story of life, el relato de vida,  es una  reflexión  de  lo social a partir de un relato personal. Por eso se sustenta en la subjetividad y la experiencia del individuo, no teniendo que ser este último una persona  especial, ya que sólo basta con ser parte de la sociedad a la cual se estudia.” (1) (Mallimaci F., 2006)

Las crónicas literarias e históricas nos hablan de  sucesos, personajes, paisajes y acontecimientos que están marcados por la visión de sujetos de carne y hueso, por sus ideologías, sus percepciones, escala de valores y prejuicios; nos permiten acceder a la visión propia de los sujetos, a los  protagonistas de los hechos y experiencias para escuchar de su propia voz cómo vivieron aquellos momentos, cuáles fueron los factores que propiciaron que determinadas situaciones acaecieran, quiénes fueron sus partícipes y cómo fueron asumidas las responsabilidades históricas, si es que en algún momento esto llegó a  ocurrir.

La historia oral como tal tiene interés en considerar el ámbito subjetivo de la experiencia humana concreta y del acontecer socio-histórico, como lo expresan los sujetos, ya que va a intentar destacar y centrar su análisis en la visión y versión de las  experiencias de los actores sociales con que se relaciona. Con frecuencia, este tipo de trabajo investigativo se convierte en “la voz de los que no tienen voz”; es decir, rescata a las personas de anonimato y les permite convertirse en interlocutores, con un trozo de verdad para contar. Con este tipo de elaboraciones biográficas, no sólo se aportan nuevos cuerpos de evidencia socio-histórica (las fuentes orales) sino que también se privilegia una aproximación cualitativa a los procesos del conocimiento socio-antropológico.

Las historias de vida propician el desarrollo de la práctica historiográfica al evaluar y analizar  fuentes primarias (los testimonios orales y los relatos personales), es decir ahondan y retoman  las fuentes vivas de la memoria, a diferencia de las fuentes de carácter documental , también llamadas secundarias, que se encuentran en documentos como las memorias, cartas, diarios, crónicas, autobiografías, etc. Las fuentes orales se componen básicamente de dos tipos: las propias historias de vida, los relatos de vida, y los testimonios orales producto de las entrevistas.

En la historia oral se trata  de recopilar un conjunto de relatos personales que den cuenta de la vida y de la experiencia de los narradores o informantes entrevistados. Cada unidad, fragmento o cuadro narrativo forma parte de un relato de vida, común, que los reúne y articula. Una sucesión amplia y extensa en diversidad y profundidad de relatos de vida, puede llegar a constituir el cuerpo de una autobiografía, generada en la situación de la entrevista oral; autobiografía que se diferencia de aquel documento personal generado en soledad y que por iniciativa propia produce el personaje (libros de memorias).

En la historia oral se puede optar por dos caminos que no son excluyentes, sino más bien complementarios: a) producir "historias de vida" y b) realizar una historia oral de carácter temático. El decidir cuál emprender, depende de los intereses, objetivos, posibilidades, recursos y tiempos, así como de la intuición personal y de la oportunidad del investigador para relacionarse con los personajes adecuados en ambas vías y de esta forma armar el cuadro con diferentes  versiones, algunas veces con versiones  opuestas y contradictorias.

Debido al el interés por el enfoque biográfico que  se presenta hoy día  en las ciencias sociales y humanas, la historia oral ha venido a cubrir un vacío manifiesto en la investigación cualitativa  contemporánea. De tal forma que en las últimas tres décadas, un conjunto de puntos de partida conceptuales, métodos de análisis y herramientas de investigación le han permitido a la historia oral consolidarse como una práctica de investigación científica y adquirir el perfil de un amplio movimiento de interacción académica y disciplinaria (la antropología, la etnografía, la sociología, los estudios literarios, los estudios del folclor, la sicología y las ciencias de la comunicación y la educación). Más aún, el enfoque biográfico ha sido un decidido impulsor de la revaloración de los métodos cualitativos y ha propiciado no sólo su utilización, sino su enriquecimiento, con el aporte de nuevos enfoques y perspectivas de análisis, básicamente, en torno a lo que constituye su materia prima: la oralidad.

Desde sus inicios como campo disciplinario, la historia oral ha pretendido aportar un más profundo conocimiento de los procesos sociales, históricos y culturales que son dignos de atención en el presente, pero que han surgido a partir de la necesidad de cuestionar y replantear críticamente la práctica misma del historiador o del investigador positivista más convencional. Para ello, debe tomar en consideración a los sujetos sociales, antes invisibles en la investigación tradicional y desplegar nuevas miradas críticas sobre las fuentes de la historia oficial, y afrontar el desafío de construir sistemáticamente nuevas fuentes con base en la palabra, para generar la versión propia de los actores sociales.

Esta nueva práctica y estilo de investigación se genera  a partir de la experiencia desarrollada, entre 1915 y 1940,  en la que se ha denominado “La Primera Escuela de Chicago”, en la cual se inician una serie de investigaciones en el ámbito de las ciencias sociales, que estarían marcadas por un ánimo cualitativo e influenciadas por el “Pragmatismo” de John Dewey (Moreno, 2006);  estos trabajos estaban enfocados al análisis y descripción de problemas urbanos ligados a la creciente violencia fruto de la aparición de bandas de crimen organizado, ligadas a la ley de prohibición, así como al crecimiento desproporcionado de la ciudad, producto de la gran movilidad de personas del campo a la ciudad y por fenómenos migracionales, relacionados con la crisis de la primera y segunda guerra mundial. Este nuevo modelo de estudio marcaría un hito relevante en la concepción de la investigación cualitativa, al abordar al personaje común, al hombre y mujer de la calle, al tener en cuenta sus percepciones e idiosincrasia como objeto de estudio. Sin embargo, este modelo no se realizó en un estado de aislamiento intelectual o de práctica científica positivista. Gracias a su contacto e interacción con otras ciencias sociales, la historia oral fue gradualmente adquiriendo, adoptando y apropiándose de un conjunto de conceptos, métodos, instrumentos y técnicas específicas, modelos de trabajo y estilos de vinculación social que, desde las otras disciplinas sociales y humanistas, parecieron útiles y apropiadas para lograr sus objetivos. Ellas fueron la antropología, la psicología, la sociología, la lingüística, los estudios sobre el folclore y los estudios literarios, entre otras disciplinas. La confluencia e interacción de éstas ha sido un factor central para el crecimiento y el fortalecimiento de esta práctica de investigación social e histórica. El vínculo con todas estas disciplinas facilitó a la historia oral unir su pragmatismo original, alrededor de la construcción de nuevas fuentes y archivos orales, con la necesidad de adquirir una postura teórica y reflexiva más acorde con el papel que juega la práctica historiográfica en el tiempo presente. De esta forma, "la historia oral pudo dejar de lado cierta literalidad anacrónica y romántica que la caracterizó en sus primeros años” (Aceves, 1996).

2.    Las historias de vida en los imaginarios de ciudad
“Cuando hablamos del imaginario, ¿qué se quiere decir? El imaginario no son solamente las fantasías, no son ilusiones, es la imaginación libre, es lo que no es realidad, poco a poco se va volviendo preciso el concepto. Los imaginarios son visiones del mundo que tenemos. No es utopía. Tampoco es inconsciente colectivo. ¿Qué es hoy en día el Imaginario Urbano? Tiene que ver con una construcción estética del ser humano. Y en eso se emparenta con el arte y con los sueños, pero no son ni lo uno ni lo otro.” (Silva, 2007)
Los relatos e historias de vida se configuran, entonces, como la posibilidad de comprender los imaginarios que pueblan nuestras ciudades y que explican a sus habitantes; en ellos podemos encontrar los mecanismos con los que los seres humanos pretendemos explicar y controlar el cosmos, los  símbolos con los que los grupos humanos se identifican y con los que representan sus instituciones sociales, sus escalas de valores, sus temores, sus alegrías, sus frustraciones y sus  esperanzas.
En este gran entramado, las historias de vida nos ayudan a comprender el poder evocador de la música, de los lugares, la comida, los olores, las celebraciones, los rituales, los fantasmas y  fanatismos de los que adolecemos, como miembros de una colectividad. Además nos permiten  comprender la ciudad y sus dinámicas desde una perspectiva de “Urbanismo ciudadano” (Silva), mucho más profundo, que si se enfocara desde el urbanismo arquitectónico, ya que para ser ciudadano no es necesario vivir la en la ciudad: el espacio físico no hace a las comunidades, son los grupos humanos quienes construyen el espacio físico y lo pueblan con sus símbolos.
La condición del  investigador social requiere que éste sea capaz de  entrar en contacto con los demás, ya que la configuración de los imaginarios le permiten la comprensión de la realidad en la que vive determinado grupo humano, comprender sus sistemas simbólicos, su cosmogonía, los mitos que unen a una cultura determinada, la cohesionan y le dan razón de ser en el mundo. El investigador social debe entonces salir de su medio aséptico y anti-bacterial para mezclarse con el grupo humano que pretende describir y comprender y, de esa manera, poder conocer las narraciones míticas sobre su origen, sus transformaciones, sus desplazamientos y migraciones; este ejercicio permite que las comunidades recobren su memoria y afirmen su identidad, se reconozcan en sus luchas, en los miedos que los acechan, en sus angustias y sus esperanzas, para sí crear nuevas posibilidades y las transformaciones sociales necesarias para salir del marasmo cultural, visualizando alternativas de salida a sus conflictos y contradicciones.
Narrar la historia permite al narrador volver sobre su pasado, verbalizar las experiencias; lo lleva a pensar en su condición y en las consecuencias de sus actos;  la narración ejerce pues un efecto de catarsis y de sanación, capaz de reconciliar a las personas consigo mismas al ponerlas en confrontación con su pasado y su presente para, así, soñar un mejor futuro.
3.    Los imaginarios de mi cuidad
Pensar a Medellín es mucho más que pensar en sus edificios, sus calles, sus centros comerciales, sus espacios educativos, recreativos y culturales; es también pensar en eso, intangible, que identifica, une y polariza a sus habitantes; es detenerse a observar sus dinámicas sociales, la multiplicidad de formas de pensamiento  que confluyen y coexisten en ella. En tonos de claro oscuro, aparece  este gran collage, en el que  no son nítidos ni los colores ni las formas. Sin embargo, es aquí donde laboramos, amamos, aprendemos, jugamos, vivimos,  sobrevivimos y morimos.
La ciudad no se encuentra en las moles de cemento que configuran sus construcciones: ella es un ser vivo que respira, se alimenta, juega, aprende y olvida; acoge y rechaza, se enferma y sana, excreta y también muere. La ciudad está en el aire, en sus olores, en las aguas que la recorren, en los colores y los trazos  que la embellecen o  la ofenden; está en el miedo de sus alambradas, rejas y cámaras de vigilancia; está en los ojos de los huérfanos, en el contonearse de las putas y los travestis, en la oscuridad reflejada en los ojos  de los asesinos, en el color de las frutas en las plazas de mercado, en las fauces de los perros callejeros, en el caminar cansado de los viejos, en las risas de los niños y los gritos de gol en las calles, en la ostentación grotesca de los traquetos y en la turgencia de las tetas de silicona de sus mujeres, en las ensordecedoras  bocinas de los buses, en las músicas que nos aquietan o nos exaltan, en el hambre de sus indigentes, en la estúpida  terquedad de los vigilantes, en la paranoia e ineptitud de los empleados públicos, en el amor y la ternura de las abuelas, en una madre que cada mañana lleva a sus hijos a la escuela, en la conversación con los amigos alrededor de una taza de café o de unas cervezas, en la esperanza que aún, después de 20 años, alumbra los ojos de las mamás  de los desaparecidos, en el desplazado que mendiga en los semáforos, en el olor a marihuana y meados del centro, en las manos callosas de los obreros. Si quieres conocer a Medellín, búscalo en su gente.















Bibliografía
1)    Malliaci, F., Giménez Believau,V. Historias de Vida y Método Biográfico, Estrategias de Investigación Cualitativa. Barcelona. Gedisa 2006
2)    Moreno, A. Historias de Vida e Investigación. México. Fondo de Cultura Económico .2005
3)    Aceves lozano, J. Un Enfoque Metodológico de las Historias de Vida. Ciesias. Mexico.2006









       



La Mona


En la vida todo se puede
A principios de los años 50 el papá de la mona llegó una tarde a la finca donde vivían en Montenegro, Quindío, y le ordenó a sus hijas que empacaran rápidamente, ya que debían abandonar el lugar que hasta el momento había sido su hogar. Mercedes, la mayor de las hijas, al principio se opuso, pero su padre le ordenó con firmeza que callara e hiciera lo que le pedía; puso fin a la discusión cuando le preguntó: “¿prefieres que cuando lleguen  las violen después de matarme?” Las hijas no protestaron más  y obedecieron en silencio. Empacaron con tristeza, ya que la pequeña propiedad les parecía un sitio agradable, allí habían sembrado una huerta que les proporcionaba  legumbres y aromáticas, tenían un gallinero y Cenelia, la segunda hija, tenía su taller de costura. Era un lugar en el que por fin se habían podido establecer después de haber deambulado por Caldas, Quindío y Risaralda pero, como siempre, la condición de liberal y simpatizante de Gaitán de su padre,  don Jesús María,  ponía en riesgo la vida de la familia.
La violencia que se manifestó en Colombia, después de la muerte del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, había segado la vida de no pocos de los primos y amigos de don Jesús María; desde los púlpitos de las iglesias, muchos curas azuzaban a la feligresía a acabar con los liberales, los enemigos de la fe católica. En Santa Rosa de Osos, el obispo Builes dijo a sus feligreses: “matar liberales no es ningún pecado, más pecado es matar a un perro”. Desde entonces, el territorio antioqueño, el viejo Caldas y el norte del Valle se convirtieron en lugares signados por la intolerancia, y peligrosos para cualquiera que comulgara con ideas diferentes a las establecidas por el régimen; los “pájaros”, asesinos de estirpe conservadora, actuaban con precisión e inmisericordemente.
Don Jesús María nació a finales del siglo XIX en Mesopotamia, Antioquia; desde muy pequeño, fue muy inquieto y trabajador, fue arriero, alfarero, agricultor y albañil; conoció  a su primera esposa cuando fue a vivir, a Santa Rosa de Cabal,  con unos tíos suyos que tenían una finca cafetera; su matrimonio duró poco ya que su mujer murió, como era frecuente en aquella época, después de dar a luz a un hijo varón. Solo, sin mucho dinero, decidió dejar el niño al cuidado de unos familiares y se fue a vivir a Montenegro (Quindío). Allí, conoció a Ester Julia, una hermosa mujer de ojos claros  que sería la madre de sus  hijos: cinco mujeres y tres varones. Tanto trabajo de parto y las condiciones de salubridad de la época terminarían con su vida antes de llegar a los 32 años. Las hermanas mayores se convirtieron en las madres de los más pequeños, asistieron a la escuela rural hasta tercero de primaria, cuando ya sabían medio leer y escribir y conocían los rudimentos de las cuatro operaciones aritméticas básicas, para cuidar la familia y al marido: “una mujer no necesitaba  estudiar mucho”, decían las abuelas.
Como muchas familias colombianas de la época, los Pavas viajaban constantemente en busca de un  lugar donde establecerse y por lo menos poder trabajar para ganarse el sustento: “su vida era muy similar a la del judío errante”, solía decir doña Cenelia, quien viajó, por gran parte de Colombia, ejerciendo eso que ella denominaba el rebusque: “la plata está hecha y toca ir a buscarla donde esté”.
Tenía sólo diecisiete años cuando llegó a Medellín y comenzó a trabajar en una fábrica de galletas que todavía existe, pero la echaron de allí un día, que más le pudo la sangre y su amor propio, agredió a un supervisor que la presionaba para que salieran  y que le hacía propuestas poco decorosas. Conoció, en el Bosque de la Independencia, a Mario, un muchacho moreno, dicharachero y muy buen bailarín; con él, se casó y tuvo la bobadita de nueve hijos. “En ese tiempo no se podía planificar porque no había con qué y evitar quedar embarazada era pecado mortal, además tenía la desventaja de ser extremadamente fértil”.
Con un marido que se bebía más de lo que se ganaba y con una obligación como la suya, la Mona, como cariñosamente la llamaban, hizo acopio de su gran inteligencia y tenacidad, fue así, como comenzó a conseguir el sustento de su familia, con una máquina de coser de pedal y vendiendo lo producido en el sector de Guayaquil, hoy conocido como el Hueco. La Mona tenía un corazón más grande que ella: era incapaz de soportar ver a alguien desamparado, no le era suficiente tener nueve hijos que alimentar; en su casa, dio alberge a niños de la calle, a los hijos de sus hermanas y a una gran cantidad de perros y de gatos. Cuando sus hijos le recriminaban, solía contestar: “yo no peleo por un plato de comida, ahora es alimento, en unas horas más ya sabemos lo que es”. A pesar de lo difícil de su situación económica, siempre alentó a sus hijos a estudiar y a aprender un oficio o profesión, “mientras  más cosas sepa uno en la vida, menos hambre aguanta”. Desde las cinco de la mañana, estaba levantada ya fuera cosiendo, haciendo arepas, inventándose algo nuevo que vender y con qué negociar: “si yo trabajara en una fábrica no me ganaría lo necesario, además que pereza uno estar encerrado en cuatro paredes, donde le estén diciendo qué hacer y qué no, esa vida no es para mí”.
Tuvo talleres de costura, tiendas, cafeterías,  almacenes de ropa, marqueterías, almacenes de vidrios, fábricas de espejos, crió pollos e hizo muchas más cosas, pero su pasión eran las ventas. “Cuando uno entra a un almacén con un producto, allí comienza el juego, entre quien no quiere comprar y el que tiene que vender”.
Su personalidad era arrolladora, pero muy firme, siempre logró lo que se propuso. Su gran meta: que sus hijos e hijas salieran adelante, “sin mendigarle nada a nadie, sin dejar que a uno lo pisoteen, porque nadie es más que uno”.
Una mañana de finales de octubre, recibí la llamada de una de mis hermanas; el mensaje fue contundente: “mamá está en la Cardiovascular”. Llegué lo más pronto que pude a la clínica y en el lobby me encontré con mis cuatro hermanas y mis cuatro hermanos; al abrazarme, una de mis hermanas me dijo: “dile que ya se puede soltar y descansar, dile que ya terminó su labor”. Entré en la sala de cuidados intensivos, la abracé por última vez y susurré el recado. Los doctores me dijeron que estaba sedada y que no me escuchaba, yo sé que sí. Dos horas más tarde, el médico que la asistía nos avisó su fallecimiento, recuerdo aún sus palabras “los quería tanto, que el corazón le creció hasta ya no caberle en el pecho”.

Gallo

Mi amigo el guerrillero
Conocí a Gallo cuando yo cursaba  octavo grado en el INEM  José Félix de Restrepo de Medellín, él cursaba noveno y era el mejor amigo de mi hermano. Comenzaba la turbulenta década de los 80, marcada por el sangriento estatuto de seguridad de Turbay Ayala; una época terrible donde se asesinó, torturó y desapareció impunemente a la oposición. De igual manera, mi generación fue marcada por la revolución Sandinista, la guerra civil en el Salvador y la toma del poder por parte de los militares en Argentina y Chile; Colombia (al igual que ahora) era un hervidero de ideas y contradicciones; el M-19 había realizado dos operaciones militares magistrales: el robo al arsenal militar del Cantón Norte y la  toma de la embajada de Republica Dominicana, acto con el cual puso  en jaque al gobierno por 61 días; en esa época, mirábamos a los subversivos con gran admiración, como a los nuevos justicieros del pueblo. La pobreza, el desempleo, una inflación galopante y la represión por parte de los organismos del Estado crearon el perfecto caldo de cultivo para una creciente ola de inconformidad popular.
Muchos jóvenes de mi colegio ingresaron a las JUCO (juventud comunista) y comenzaron a militar en  grupos políticos de izquierda, más en un acto de desesperación y rebeldía que por propia conciencia política. “Las contradicciones estan dadas y por ende la revolución es inevitable” solían decir mis condiscípulos que ahora militaban en la izquierda. Por esa época, se formaron movimientos contestatarios de gran envergadura:  las asambleas y los paros estudiantiles eran comunes en la ciudad, se generaban en  la  U.de A., luego se esparcían por  los principales colegios públicos, el Liceo Antioqueño, el Pascual Bravo,  el Marco Fidel Suarez y el INEM. En mi colegio, las grescas con la policía o el ejército comenzaban cuando en la asamblea general se discutían temas como el estatuto disciplinario, la privatización de la educación pública, la expulsión de alumnos por pertenecer al movimiento estudiantil o por pedir  reductores de velocidad en la avenida Las Vegas, ya que a la salida de clases eran frecuentes los accidentes con saldo de estudiantes atropellados por imprudentes conductores. La sola presencia de los uniformados actuaba como detonante de los enfrentamientos. Se iniciaban batallas campales con piedras, bombas Molotov y cualquier elemento contundente, como las patas de la mesas de los laboratorios de química, hierros procedentes de los talleres de mecánica y palos de la carpintería o los talleres de maderas. La policía llegaba en sus antimotines lanzando agua a presión y gas lacrimógeno; de ellos, descendían decenas de policías que golpeaban salvaje e indiscriminadamente a los niños y jóvenes que participaban en las refriegas; mientras que  nosotros, los tímidos, los tibios, los cobardes o tal vez los que no le veíamos sentido a estos enfrentamiento, escapábamos cruzando el bosque de guayabos  que existía en inmediaciones del INEM y EAFIT.
El saldo de estos encuentros se tradujo en allanamientos al colegio por parte de la policía: cientos de estudiantes agredidos físicamente y decenas de ellos enviados a centros de reclusión, varios policías gravemente quemados por las bombas caseras o heridos con artefactos contundentes. Tanto la universidad como los colegios públicos fueron cerrados por varios meses; cuando reabrieron, tuvimos que re-matricularnos  y se negó el cupo a aquellos estudiantes que habían formado parte del movimiento estudiantil o participado en los disturbios: entre ellos, estaba Gallo.
No supe nada de él por varios años, hasta que nos reencontramos por casualidad una tarde de junio en la  cafetería Tronquitos de la UdeA. Yo estaba estudiando literatura y él, antropología. Nos volvimos muy amigos pero él era muy reservado con su vida e ideas; yo, por mi parte, había aprendido que la mejor manera de mantenerse seguro era quedándose al margen, sin interesarse por saber en qué andaban los demás; conocí a varios de sus amigos de militancia, pero me molestaban profundamente sus posiciones dogmáticas, su actitud “sabionda” de tener respuesta para todo: recitando a Marx, Lenin o a Mao como sus nuevas biblias, de tratar de revisionista y de teóricos de mierda a quienes no compartían sus ideas al pie de la letra, de su paranoia constante al señalar de tombos o informantes a quienes asumían una posición conservadora y, sobre todo, por  creer que todo podría  solucionarse  a los tiros y con bombas.
La muerte siguió galopando por nuestro país como desde hace largo tiempo  lo ha hecho. Comenzaron  los asesinatos selectivos y las masacres indiscriminadas en el campo y la ciudad, se exterminó a  la UP (unión patriótica), se rompieron los acuerdos de paz que se habían iniciado en el gobierno de Belisario Betancur, el M-19 se tomó el Palacio de Justicia y el ejército lo recuperó a sangre y fuego, apareció el M.A.S. y ganaderos y narcotraficantes del Magdalena medio conformaron grupos paramilitares entrenados por mercenarios importados desde Israel. Pablo Escobar y sus secuaces escaparon de la Catedral, comenzaba la parte más sangrienta de la guerra contra el Cartel de Medellín; fueron comunes las masacres de jóvenes en los barrios, los carros bomba, el pago a sicarios por asesinar policías, los ajustes de cuentas entre el Cartel y los PEPES; se asesinó a Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo  y Carlos Pizarro, candidatos a la presidencia de la república.
Gallo  desaparecía constantemente, a veces por varios meses, sin dejar rastro y, de repente, aparecía por mi casa como si nada, charlaba amablemente con mis hermanas y mi mamá, luego me invitaba a tomar unas cervezas y hablábamos de la universidad, de los amigos comunes, del mierdero que estábamos viviendo, pero nunca de dónde había estado ni con quién; yo tampoco le preguntaba.
En esa época, nos gustaba fumar hierba de forma recreativa, cuando estábamos en una fiesta o cuando salíamos a acampar; pero de pronto él, que era el más mesurado a la hora de tomarse un trago y al que nunca se le había visto borracho, comenzó a beber y a fumar como un desaforado, como si no fuera suficiente, como queriendo anestesiar un dolor terrible y siniestro; su mirada se tornó oscura como la de quien ha visto el corazón de las tinieblas o ha estado danzando con el diablo. Le era imposible conciliar el sueño. Se tornó agresivo y de mal humor. Esta maldita guerra le había quitado sus más apreciados camaradas  y lo había llevado a hacer cosas que martirizaban su espíritu: la vida comenzó a carecerle de sentido.
Ese diciembre del 93, cinco días después de que la policía abaleara  a Pablo cuando intentaba escapar por un techo del barrio La América, el vehículo que Gallo conducía  fue intersectado por una camioneta blanca; de ella, descendieron hombres fuertemente armados, actuaron con precisión, su objetivo era una persona concreta, lo golpearon salvajemente, lo esposaron y se lo llevaron; no agredieron ni a su esposa ni a los otros que lo acompañaban, sólo abalearon las llantas de su carro para impedir cualquier tipo de persecución. Su cadáver fue hallado tres días después en un potrero por la vía Las Palmas con evidentes  signos de tortura; a su lado, una bandera de las FARC.     
Abro el álbum de los recuerdos y veo los rostros de aquellos que ya no están, miro las noticias y compruebo que nada ha cambiado, que nos seguimos desangrando en una guerra absurda, en la que ningún bando tiene la razón, pero que terca y egoístamente se obstinan en continuar. Intento recordar las caras de tantos muchachos con los que compartí juegos, clases, sueños y experiencias; pero sus rostros se diluyen como  reflejados en el agua.
Miro para atrás, hacia mi pasado,  y sólo veo las cruces en las tumbas de los que ya se han ido.

El Chino


Sangre Maleva
Anoche me encontré por casualidad con Raúl, un  amigo de adolescencia con el que  solía jugar al futbol en el atrio de la iglesia del Calvario, el mismo con el que me iba de camping y recorrí  los parajes más extraordinarios de Antioquia, aquel  con el que cada puente armaba viaje ya fuera para la  Pintada, Santa Fe  de Antioquia, San Jerónimo, Cisneros o  a las cavernas del Nus, y con el que me fui en auto-stop hasta Ecuador; recuerdo que en  ese viaje  nos pegaron tremenda encanada al poco tiempo de llegar a Riosucio, Caldas, porque los tombos se enamoraron de nuestras largas cabelleras y de ese andar tan libre que teníamos, a los 18 años, que nos hacía tan sospechosos en un país habituado al miedo.
Encontrarse con alguien tan ligado a uno y a quien no se ha visto en tanto tiempo, bien vale una cerveza; sin más, entramos a una tienda del barrio Boston para hablar de los muertos y los vivos, de lo habido y lo dejado de hacer. Fue allí donde  llegaste a mi memoria después de haberte olvidado por más de veinte años: tu rostro vino a mi mente desde el baúl de los recuerdos, sólo se necesitó que en la gangosa  grabadora, que sintonizaba en ese momento, una emisora de música popular sonara  ese gastado tango que identifica a los que han escogido una vida como la tuya; recuerdo que la voz del locutor identificó el tema en la voz de Oscar Larroca acompañado por la orquesta de Alfredo de Angelis; la canción se titulaba:  “Sangre maleva”. De inmediato, llegaron a mi mente, en formato de video, las imágenes de los  desafíos de fútbol-calle que jugábamos los domingos  con las barras de las calles Barranquilla y Venezuela, con los de la 47, o los de la plaza; claro, a mí siempre me dejaban el puesto del bobo, el de arquero al que se le culpa cuando el equipo pierde, pero que no se le reconoce cuando gracias a él se salva el resultado y el  equipo gana; me tocaba jugar en esa poco apetecida posición ya que, al contrario de mi hermano, no sabía gambetear y mis remates no eran tan potentes; eso sí, tenía reflejos felinos y me arriesgaba a tapar los remates de los contrarios a costa de mellar el pavimento con mi piel. Lo mejor de esos vibrantes encuentros era, sin lugar a dudas,  la celebración al final de cada partido: ya fuera que ganáramos, perdiéramos o empatáramos, hacíamos fiesta, demostrábamos espíritu deportivo bebiendo cajas de cerveza y, si estábamos de ánimo, terminábamos haciendo sancocho en la calle, comprando garrafa de aguardiente y armando  baile. Tal vez no fueras muy buen jugador, pero hay que reconocer que eras muy guerrero y siempre brincabas por cualquiera de nosotros cuando el juego se calentaba, no le tenías miedo a nada ni a nadie; más de una vez, te vi enfrentarte con aquellos que te retaban y lo hacías ya fuera a los puños, a cuchillo, a machete y hasta a bala.
Desde “pelao”, tu vida estuvo signada por la violencia: a tu papá, lo habían matado en un ajuste de cuentas, creciste de arrimado en la casa de los abuelos donde no te querían, tu mamá se desaparecía por semanas, sin que nadie supiera a dónde había ido ni con quién;  a Chucho, tu hermano mayor, lo abaleó la policía cuando intentaba un robo a una joyería del centro. Nunca quisiste estudiar porque lo tuyo era la calle: atracar en Lovaina y las Camelias, jalar carros, vaciar apartamentos o hacer vueltas y cruces raros por encargo. Fuiste uno de los primeros ilustres invitados a la inauguración de la cárcel Bella Vista, donde pasaste dos años por robo y lesiones personales; de allí, saliste más mañoso, y te dedicaste a “jibariar”.
Quién lo creyera pero tu influencia en el barrio era tal que te volviste un mecanismo de control social: tú y tu combo decretaron las normas de un sector del barrio, delimitaron en qué territorios  se  podía o no atracar, robar,  tirar vicio o “jibariar”; tu sistema de comunicaciones incluía a varias matronas que te cantaban las zonas cuando alguien raro, con pinta de tira, policía encubierto, aparecía por tu territorio; además, pagabas "impuestos" , a la policía, para que te dejara “trabajar”  y cuando alguien se iba de sapo o no pagaba una deuda, se atenía a las consecuencias que iban desde una pela, al destierro y hasta la muerte.
Alguien me contó que durante el velorio de Garrincha, habías comentado, en medio de la borrachera, que lo habías condenado al destierro para no tener, algún día, que matarlo tú mismo por faltón.
Después de apurar otra cerveza, le pregunté a mi amigo por vos. Me contestó lo que yo ya de alguna manera sabía: “Terminó como tenía que suceder algún día”, me dijo, como terminan los malos, como “Cruz Medina” o como “Pedrito Navaja.”







Doña Ana


La salud en sus manos
Vea mijo, yo comencé a trabajar aquí, en la placita de Flórez, cuando tenía 12 años y ya  hace 60 años de eso; yo le ayudaba desde siendo muy niña a mi papá, que cultivaba legumbres en un solar que tenía en San Javier  y traía para vender; por ese entonces, aquí no había ninguna construcción, solamente estaba la escuela Republica de Brasil, ahora llamada Colegio Héctor Abad Gómez. Con mi papá, comencé a conocer las plantas y a saber para qué servía cada una de ellas. Aquí llegaba la gente con los productos de diferentes partes: traían  papa, mora, frijol verde, habichuela, arepas de chócolo y de maíz pelao, la panela y la legumbre; traían las gallinas atadas a unas varas y los huevos en canastos, protegidos con paja; llegaban de Marinilla, de Guarne, de San Cristóbal y de Rionegro; la plaza, en ese entonces, era conocida como la plaza de Buenos Aires y ahora se llama de Flórez: no por las flores de Santa Elena, el nombre viene de un señor Rafael Flórez que fue el que donó el terreno. La gente de Santa Elena comenzó a llegar por allá por el año 52 cuando se construyó el local, ya que ésta fue la primera plaza satélite de Medellín.
 Me acuerdo que siendo muy niña veía a la gente venir a averiguar por plantas medicinales, pero la señora que las vendía era muy “mala clase”; entonces, yo iba donde las señoras que las averiguaban y les preguntaba que si querían que yo se las consiguiera; fue así como comencé a ganarme mis centavitos, pero me eché de enemiga a la señora de las hierbas, con decirle que más de una vez me hizo multar, por vender sin permiso y sin pagar impuesto.
Con el tiempo, alquilé un local y comencé a trabajar con más comodidad; la gente comenzó a buscarme porque, ya usted lo ve, cuando una persona viene y tiene un tratamiento con el que le va bien, esa persona se lo cuenta a sus familiares y amigos y yo consigo un cliente más; le cuento que hasta de otros pueblos y ciudades vienen a consultarme; eso sí, yo les advierto cuando llegan: “si usted se quiere curar, debe hacerse el tratamiento completo y con mucha fe; de lo contrario, todo lo bueno de las plantas no le obra, no le hace efecto”. Lo mismo pasa con los baños: aquí yo le puedo recomendar los baños de plantas amargas para limpiarse de malas energías, de envidias, para zafarse de malos amores; y baños de plantas dulces para atraer personas, para que le vaya bien en sus ventas y negocios, pero tiene que tener fe. Esto que yo le digo, no se trata de brujería ni de nada por ese estilo, tan sólo es el poder de las plantas, que las creó mi Dios para que nos pudiéramos curar. Aquí llegan muchas personas afectadas por hemorroides, por el estrés, por el insomnio, por cólicos, por gripas y catarros, en busca de plantas que cicatricen una herida o que desinflamen el colon, que lo ablanden para que por fin pueda dar del cuerpo, me buscan para que les recomiende cómo limpiarse, zafarse y tener prosperidad, entre otras muchas cosas.
Quien lo creyera, pero ante ese descrédito tan grande de las EPS, donde a usted no le dan más que unas pastillas que embolatan el dolor, sin curar su mal y donde el doctor, o la doctora, acaba de salir de la universidad y no tiene la cortesía de mirarlo a usted cuando le habla, la gente ha vuelto a confiar en la medicina natural, además las plantas, como le dije, no tienen el efecto nocivo para el cuerpo que tienen todos esos medicamentos que destruyen su hígado y sus riñones, de lo fuertes que son.
Claro que con las plantas hay que tener cuidado: existen plantas que son venenosas si se ingieren o si se sobrepasa su uso en un tratamiento y hay circunstancias en las que uno tiene que ir donde el médico, ya que el problema puede ser muy serio y necesita de cuidados especiales; yo, por ejemplo, estoy en un tratamiento porque tengo el corazón muy grande, claro mijo, cómo no tenerlo grande cuando tengo doce hijos y como dieciocho nietos a quienes querer.
Si, para que lo voy a negar, he tenido una vida plena y feliz; el viejo se fue hace ya cinco años, pero la vida continúa y uno debe seguir en la lucha: ¿qué sería de uno sin el trabajo, sin la familia? y ¿qué sería de la gente que viene donde uno en  busca de ayuda? Dios nos puso aquí por algo y debemos seguir mientras él no decida otra cosa.